Las maletas de Tulse Luper. La historia de Moab, Peter Greenaway

La maleta como objeto romántico. El viajero viajante que viaja y que viaja y que nunca necesita nada más que su maleta. La maleta como objeto entrañable. Aquel personaje que la utiliza para guardar dos mudas y la foto de ella. La maleta como objeto misterioso. Gangster; ametralladora; fajos de billetes; cabezas de caballos. La maleta como objeto de McGuffin. Aquel personaje que la utiliza para guardar dos sujetadores y la foto de él. La maleta como enigma de viaje. La maleta, misterio embarazado de pequeñas historias: una cámara, camisas, calzones, cuadernos, lapiceros, drogas, condones, bragas usadas, lámparas, tornillos, muñecas de porcelana, tiradores, vinilos, botellas, libros, batallas, guerras, rosas, tarjetas de visita falsas, ranas, mapas, fishes, etc.

La maleta: nexo entre el teatro y el (montaje) cine; la historia de alguien, cualquiera, dos continentes, una guerra mundial, un objetivo a encontrar (a sí mismo, no pueblos abandonados, nonono), sus trabas (familia mormona), sus aventuras, una mujer (de la familia mormona), un malo ([de] la familia mormona), amigos y helados. La maleta como excusa para llevarnos ante un montaje incómodo al principio, curioso y divertido durante 2/4 de la película y pesado al final. Tíñase todo este espectáculo visual con un poquito de falso/mofa documental, bastante cachondo, por cierto, porque Greenaway se mofa de los documentales, de los documentales eruditos y ostentosos que no cuentan nada en absoluto. Un par de fechas, eventos y títulos para terminar de darle forma al proyecto y voilà: Las maletas de Tulse Luper.

Aparte de la puesta en escena como una auténtica obra de teatro, no es extraño pensar, mientras uno la ve, que no tiene ni pies ni cabeza, es decir, sí, hay un tipo (Tulsey) y sus maletas -eternas. Sí, eso está claro; pero todo eso es una excusa para un experimento visual que podría acercarse a la estructura de un videojuego (¿también videoclip?): Next Level una y otra vez. Y otra vez. La película es la maleta de la mente de Greenaway: la abres y te encuentras cosas y más cosas que te van contando cómo está, qué hace, cómo piensa, qué piensa.., y no, su mente no está como un cencerro: las maletas son las cencerras en esta historia porque la realidad es que las maletas están locas, guardan cientos de historias, de vídeos, de relatos. Las maletas esconden, muestran, te llevan, te atrapan, te olvidan, te recuerdan. Las maletas, por muy ordenadas que se encuentren, condensan las historias y las convierten en amalgama indescriptible: su espacio ínfimo concentran un espacio dos o tres o cuatro o diez veces más grande que el espacio que te otorgan. Las maletas son esas escenas de la película en las que vemos cuatro pantallas con cuatro historias iguales, semejantes o diferentes: cuatro relatos dentro de uno, en definitiva, que cuentan la misma cosa.

Comienzas (abres) la película (maleta) y se superponen las imágenes y las escenas, como cuando él o ella, estando de vacaciones en Torrevieja, coge cualquier cosa de la maleta de él o ella y lo pone encima de la maleta abierta de él o ella y se queda mirando lo que hay enfrente de sí: un cuadrado lleno de texturas y figuras, cada una de ellas con su personalidad, con su historia, formando un cuadro, si acaso, de figuras tridimensionales que te gritan y te cuentan y te dicen y te hablan todas a la vez. Planos superpuestos, conversaciones iguales pero diferentes, bombardeo constante de imágenes y de expresiones y de colores. Sí, es la historia de Tulse Luper en un fondo histórico de sesenta años, pero en realidad es la historia de una maleta y de sus historias.


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