El maestro de go, Kawabata


El Maestro y el aspirante a Maestro. Así, con eme mayúscula y como eje principal de este librito escrito por el japonés Kawabata. Pero hay mucho más. Mucho. En realidad el eje principal es el juego de mesa Go. Bueno, no. Pero es el fondo u otro de los ejes, como prefieran. Y sabrán ustedes de qué va y cómo se juega, y si no, no se preocupen, no es necesario saberlo para leer esta obra del escritor japonés. Escritor nipón, mejor, que siempre quise decir nipón y nunca tuve ocasión.

El nipón viste
hakama cuando está
en la mañana.

Al tema.

La novela no es tan novela pero tampoco es tan relato y tampoco es tan artículo periodístico y menos aún es únicamente un diario que apenas tiene ciertos rasgos filosóficos y ni mucho menos tiene poco de crónica. Es todo esto y todo más. Kawabata realizó un seguimiento de una partida de Go, la más importante partida de Go en la historia de Japón, ya que fue la última en la que jugó el último gran maestro de este juego (perdón, arte), Honinbo Sushai. Escribió hasta un total de 60 ó 61 (ó 66 ó 158) entregas en el periódico que requirió tal seguimiento. Comienza el escritor diciéndonos que esta partida supuso un hecho importante a nivel nacional porque se enfrentaban dos grandes eminencias: por un lado, la veteranía y la experiencia del anciano jugador (nexo directo de la filosofía ancestral del juego y de los dramáticos cambios que conllevaban los tiempos modernos y, por el otro lado, el aspirante al trono de la nueva era del Go.

Acto seguido e hilvanado, leemos lo que augura un final trágico: el Maestro yace muerto ante los ojos de Kawabata. Pero es que además lo leemos porque el señor Kawabata, aparte de hacer el seguimiento de la partida (que duró seis meses), también realizó algunas fotos del cuerpo del Maestro ya muerto y, la descripción de dicho cadáver y de dichas fotos (junto con el aura que desprendía la situación, la fisionomía del anciano, el espacio místico que ocupaba y la vida que llevó el viejo), al ver lo que vio al hacer esas fotos, casi parece que estemos leyendo un relato de terror. Y del bueno, ya lo creo. Pero no os preocupéis; no es terror jolivudiense. Es terrorífico en cuanto es bello, casi sublime, y de esa sublimidad emerge el terror. O viceversa, mejor dicho.

A medida que vamos dando saltos en el tiempo gracias a fragmentos de los artículos que escribió en el periódico, gracias a descripciones y percepciones en el momento real (pongamos, por ejemplo, el pasado) y en el momento fermentado con el tiempo (digamos, sin dilación, el presente) sobre las jugadas o los sentimientos o los paisajes incluidas pequeñas historias o anécdotas o situaciones personales en un tren con extranjeros mal formado en el noble arte del Go, Kawabata nos transporta a algo más que una simple partida. Decía el nipón en diferentes tramos de la obra que el Maestro no jugaba al Go, vivía el Go, el juego lo ensimismaba, lo absorbía, en definitiva, lo obnubilaba hasta el punto de convertirlo en un auténtico arte. Comparaba el autor esta pasmosa (bajo el prisma occidental) actitud ante la actitud de un jugador no-nipón con el que echa una partidita en un tren. Relata, en el pasaje, la fría y dudosa implicación del jugador occidental con el juego: era como si se enfrentara a un gran jugador pero sin consistencia o disciplina. Pero se intuye, de hecho, cierta crítica que va más allá de lo místico-sociológico-filosófico de la contraposición entre un occidental y un oriental (nipón)..., en resumidas cuentas..., los nipones consiguen entender el juego del Go dentro de un marco mucho más trascendental y esceta. Pero todo esto se lo plantea como duda. Porque él es nipón, claro.

La verdad es que lo mejor de todo el relato son las descripciones de las jugadas, de los ambientes, de los paisajes,  de los sentimientos, de los cambios de mentalidad/cultura entre lo clásico y lo moderno (que ya sabemos todo lo duro que fue o está siendo en Asia, ¿no? Bueno, eso dicen) en un Japón dividido entre los cambios de era y el peso innegable de una cultura ancestral y muy conservadora (porque sí: los asiáticos son unos conservadores del copón [¡¡¡nipón!!!]), aunque no por eso se presente como mala, lógicamente, ya que dentro de ese conservadurismo, no le falta gancho para engatusar a medio planeta (excepto a Hitler o demás dictadores/megalómanos/genocidas muertos, vivos o moribundos). Kawabata te atrapa, porque el tío escribe bien, da saltos en el tiempo de manera conexa y estimulante, mezcla la crónica con la novela, con opiniones, con filosofía..., atrapa al lector aunque no tenga ni idea de lo que lee cuando aparecen nombres de jugadas, de juegos japoneses o de comidas típicas niponas. De repente estás viendo unos naranjos amargos en flor como de repente ves el movimiento Negro 191: y ambas escenas son estimulantes y verdaderamente adictivas.

Sobra decir (o no) que diversos tramos de la lectura invitan a plantearse seriamente el cambio generacional en Japón (representado sencillamente entre los dos jugadores: uno de sesenta y siete años y el otro de apenas treinta o treinta y cinco, no recuerdo bien) y la autodestrucción de ciertos valores que no sólo eran imprescindibles en ese juego, sino que también lo son en esa sociedad insular, de hecho, ambos jugadores son la noche y el día; el cambio brusco de generación: uno con tropecientos hijos y divertido, jovial, orondo, muy lento a la hora de mover ficha (debido a una posible inseguridad aunque luego ganara la partida) como nueva estrategia de los nuevos y jóvenes jugadores del Go, poco paciente... Y, lo más importante, deseando ganar para ser el campeón. Pero enfrente tiene al hombre que realmente siente y profundiza en la filosofía del Go; el Maestro no tiene hijos, está enjuto y tiene la capacidad de latir el Go a través de sus cuatro costados: el Maestro siempre será el Maestro (con eme mayúscula) aunque el campeón sea la joven promesa y se convierta en eso, el campeón. Un año después de terminar derrotado el Maestro, éste murió, se le apagó la llama en el mismo momento que no podía transpirar las fichas del juego para el que vivió, el juego que él mismo lo convertía en cuadro o poesía simplemente con su magna presencia enfrente del tablero.

En determinados momentos, cuando Kawabata relata los episodios de movimientos de fichas o jugadas de defensa/ataque, parece que uno esté leyendo un partido de fútbol entre el Mandril de la quinta Di Stéfano contra el Farsa de Guardiola: movimientos y posiciones que ofenden al Maestro (debido a tácticas que rompen la estructura clásica del Go), como esa ficha puesta de sorpresa que tanto le revolvió la conciencia y que, evidentemente, le hizo perder la batalla. Salidas y cierres sellados poco convencionales desbarataban el clasicismo de la vieja escuela y hacían que el Maestro, a pesar de jugar sin demora, entrara en un estado de aturullamiento que no hacía más que empeorar su estado físico y enfermedades arrastradas hasta ese momento.

Kawabata se (nos) plantea el juego del Go como espejo del alma del anciano, como un recorrido trascendental de su vida, algo más que un leitmotiv barato y simple, porque toda su vida fue, en realidad, una partida de Go. Su sola presencia instauraba una aura solemne y plena, invadiendo la sala donde estuviera jugando la partida; el Go y el Mestro eran lo mismo: la incertidumbre de lo que es vivir y decidir por unas jugadas (elecciones) u otras, y  fue el último en otorgar estas cualidades a la escuela Honinbo, la última escuela del Go fiel a las bases propuestas desde principios del siglo XVII, es decir, cuando el Go, una vez más, se entendía en Japón como un arte y no como una mera competición. En cambio, las nuevas generaciones, y vemos el ejemplo claro en el contrincante del Maestro en (en la ficción llamado Otake), entienden el juego como un acto competitivo en el que cada año se (re)conoce a un nuevo campeón. Nada de Maestros. Nada de filosofía. Nada de misticismo. Nada de arte. Nada de vida.

Me alegra haber leído un libro que vaticino altamente recomendable porque está bien escrito y  bien descrito: te abraza y tú le correspondes con hambrienta inquietud.

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