El paseo, Robert Walser

No estaría nada mal comenzar este nuevo artículo con diferentes citas del libro que ahora comento. No estaría mal, de hecho, escribir una sola cita, ni muy corta ni extremadamente larga, como una crítica directa que englobe mi opinión directa sobre libro y que describa, de manera directa, al autor. No estaría mal, no. Pero sería demasiado sencillo, casi romántico, y ya saben lo que pienso en cuanto al romanticismo. Además, ya se han dedicado otros a escribir las suculentas citas que ennoblecen y engrandecen El paseo en diferentes críticas/opiniones, por lo que no voy a ser yo el que siga la senda del copia/pega por muy impactantes o bellos o plenos que supongan ciertos pasajes del libro, porque lo son, sí, son sublimes, de hecho, pero no. Tampoco voy a hacer comparaciones de Walser con Kafka y regalarle los oídos cuando todo el mundo ya se los ha regalado. Pero que este libro es cojonudo, de eso no tengo duda.

El paseo fue escrito a principios del siglo XX: un poeta sale a pasear. A lo largo de dicho paseo va describiendo, en primera persona, lo que ve y lo que sucede en su aventura diurna mientras, a su vez, se plantea dilemas en forma de monismo anómalo (aunque hacia el final del relato sucumbe en lo más efímero del ser humano: el amor) o bien en forma de diálogo con diferentes personajes. El protagonista es un escritor (poeta) venido a más, enorme, es un personaje pleno, lleno de vida, contundente, seguro, confiado y sensato aunque se quiera entender lo contrario, porque lo parece, parece que es un escritor fracasado, un hombre triste, frustrado, ese tipo de personajes, al igual que Robert Walser, nacidos y crecidos y criados en el limbo, en la frontera entre el ser humano humano y el ser humano ser... Decía Nietzsche que el hombre no debe ver maldad o bondad cuando ve, por ejemplo, qué sé yo, a otro hombre pegando una paliza a un tercero, simplemente, ve una paliza; y tanto este poeta como su creador, son ese espíritu libre por encima de la verdad y de la mentira, por encima de la esencia pura, por encima de la religión y su vehemencia con la humanidad haciendo débil al fuerte y fuerte al débil... Pero este tipo, el protagonista, es un tipo, sin duda, enorme, y no porque represente a un sector que vislumbra la intersección o la franja limítrofe entre esos estados morales/religiosos y la pureza del ser mismo siendo ser (y siendo tan humano como se lee al final), porque la esencia del hombre, al fin y al cabo, biológica y sencillamente, no es más que la de comer, dormir, huir del peligro y reproducirse, pero la mente del poeta sube ese peldaño que le otorga la autenticidad de un ser (sin humano o con humano) excepcional.

¿Cómo podemos ver estas idas de olla por mi parte? No sólo por lo que el poeta propone al pensar lo que piensa dirigiéndose al lector o transcribiendo sus conversaciones con el funcionario, con el librero, con la mujer, con su archienemigo... Sino por los rasgos, pongamos, spinozianos, que destella en un trasfondo (no tan profundo como parece) determinista y que contradice esa libertad/espíritu libre que en primer orden se advierte. Este personaje tan complejo y a la vez tan sencillo, tan difícil y a la vez tan simple, nos plantea seriamente las preguntas del qué somos y por qué somos (como somos), no hay más que ver el monólogo que le "escupe" al funcionario para pagar menos impuestos o cómo intenta convencer al sastre de la imperfección del traje y no de su propia imperfección física (jamás leí en una obra una descripción física de un personaje como hace Walser en esta novela corta; sutil, encantadora, ajena y cercana a la vez, dura, pesimista: perfecta). El poeta tiene un discurso interiorizado que cree y respeta a rajatabla, y eso es lo que le vale porque cree en ello aunque esté equivocado, aunque rece labia elegante y encandiladora, aunque destelle lucidez extrema e infinita y aunque la gente le critique su metodología y forma de ver/comprender las cosas, porque seamos sensatos, esta libertad de la que dispone nuestro poeta es la libertad más presidiaria que existe.

Pero al final ¿qué nos queda? Si la soledad es el arma más temible del hombre como especie sentimentaloide, esa es la muerte más contundente, triste y solitaria para nuestro poeta, algo que a pesar de ser terriblemente melancólico y entristecedor, es terriblemente necesario para un personaje como este. Pero no nos apenemos por él: todo hombre y toda mujer tiene su lado oscuro producido por la bestia terrible que tenemos dentro de nuestra cabeza: el cerebro. Nos guste o no, esa es el arma más mortífera que existe; no las armas nucleares, no las armas bacteriológicas, no las guerras, no las pandillas, no las peleas, no los cuchillos, no las discusiones, no el odio materializado.... El maldito cerebro. Por eso es necesario airearlo, sacarlo de paseo, prestar atención a lo que uno ve: percibir, recibir, absorber y rumiar y rumiar. Aunque al final quede la nada y la extraña sensación de vacío que ahonda incluso en el cerebro más lúcido y fuerte del planeta Tierra.


"Vivimos como soñamos: solos."

El corazón de las tinieblas, Joseph Conrad.

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