Vértigo, W. G. Sebald

El romanticismo ya no me dice nada, a pesar de tener veinte recién cumplidos. No me dice nada porque acontece a un heroísmo que me toca las narices. El heroísmo se debe llevar en privado, no en público: no publicar, no poner tus cuadros en la galería, no estrenar tu última película... Hacer, para, en realidad, no hacer: si no te sustentas, no puedes hacer, y si haces y no te sustenta, te alimentas poco tiempo de tus propias palabras, de tus propias pinturas, de tus propias imágenes... De tus propias historias, a fin de cuentas.


Me resulta aburridísimo y tedioso este libro. Lo dejo aparcado alrededor de la página 80. Hasta aquí, la lectura se centra en tres historias diferentes, o si lo prefieren, en tres protagonistas diferente. O si lo prefieren, en tres épocas diferentes. La primera de ellas no voy a mentirme y decir que no engancha: un joven francés que quiere escribir y que se enamora y que es un romántico empedernido. Vale, en el siglo XIX. Las guerras, antes de la primera guerra mundial, eran batallas heroicas, eran motivos de los máximos honores, valentía pura y dura, casi un cuerpo a cuerpo satisfactorio y enriquecedor y una exaltación patriótica que cruzaba los umbrales individuales para engrandecer el espíritu de grupo (nación). La magia de la ópera (la misma que un cine de cualquier pueblo español en el año 40 del pasado siglo), la magia de las mujeres, la magia de la sífilis, la magia del poder de un uniforme.


La escritura del bávaro es clara, en algunos momentos plena, satisfactoria, sí, sí, pero en casi todas las historias (creo que son cuatro), sobre todo en la tercera, se convierte en un texto cansado y frío, alejado del lector o alejado de mí, qué sé yo. Bien es cierto que te encuentras ante un ensayo mezclado con ficción y como tal, quizás, requiera otro tipo de lectura, más concentrada, más concienciada. Pero a pesar de estar bien escrita y descrita, a pesar de evadirte a escenas paisajísticas de la Italia profunda, a las batallas napoleónicas, a una Europa verde montañesca. El narrador cuenta la historia en segunda persona si no recuerdo mal. La segunda parte está escrita en primera (esto seguro) y el tercer capítulo retoma la segunda persona del singular. Habría estado bien la segunda persona del plural o la quinta del singular, por qué no.


En la segunda parte, curiosamente, han pasado cien años entre la primera historia -recordamos: en segunda persona del singular- y la segunda historia -recordamos: el mismito Sebald... Bueno, no él mismo, o sí, ya saben, este hombre mezcla el ensayo, la novela, literatura de viaje, filosofía..., como le viene en gana- cronológicamente, pero al leer el texto sentimos que el tiempo no ha pasado: mismos paisajes, mismos miedos, mismas incertidumbres, mismas desdichas de amoríos... Muy bonitas las descripciones de las ciudad, de los lagos, de las iglesias, de las calles... Pfff... Muy melancólica la tristeza del viejo, la del joven que sólo es joven físicamente, la de las mujeres que no salen pero que existen, la de los mosquitos que rondan las orillas de los lagos de la península itálica en atardeceres también solitarios...


...


La tercera parte retoma el final del siglo XIX, en nombre del Doctor K., si no recuerdo mal y mi cerebro no lo ha borrado aún. Más de lo mismo: callejuelas de pueblos italianos, óperas, desdichas, soledades, pesadumbres, cuadros, artistas (artistas...) de otras épocas, de otros tiempos, de otras culturas.... Pfff... La cuarta parte, que creo es la última del libro, parece ser, me han dicho, he leído por ahí, que es la repanocha y chachi que te cagas y que su escritura, al igual que su lectura, es casi orgiástica... Emmmm... Le decía Saramago o Sábato a una muchacha (más inteligente de lo que nos creemos pero más tonta de lo que realmente es) que preguntó algo así: "¿Qué me recomienda para leer a Shakespeare? Es que me aburre..." (cito de memoria) a lo que le respondió, cualquiera de los dos escritores: "Quizá Shakespeare no ha escrito aún para ti" (cito de memoria). Pues bien. Seguiré esperando sentado a Sebald (al menos este título) mientras sigo leyendo a Kawabata o Zweig o Julián Rodríguez u Olmos.




"No se deberían comprar grabados de hermosos panoramas ni panorámicas que se ven cuando se está de viaje, porque un grabado ocupa pronto todo el espacio de un recuerdo" (en alguna página de Vértigo, del primer capítulo, sí).*

* Me pregunto: ¿Tendríamos que hacer lo mismo con los libros de viaje?



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