Gattaca

Alguna mañana pienso
en mi infancia.

No recuerdo nada en especial.
Bueno, salvo una cosa:

Era una noche estrellada. No sé cuánto de infante emanaba,
pero sé que tú ya no lo eras. No se veía nada, no se veía
ni siquiera tu voz. Tuve que guiarme apenas por el calor
que desprendía una de tus manos. Con la otra, señalabas
algún lugar que no veía.

Te regalo esa -dijiste.

Pero hubo un error. Lo confieso ahora.
Nunca me enteré de cuál era.